Publicado en Kultura, Gara 07/09/11
Estamos
destinados a ver próximamente recortes presupuestarios en ámbitos sociales y
culturales. Pero lo cierto es que el desplazamiento de los recursos culturales
viene de lejos y ha ido tomando diferentes fórmulas, que inevitablemente han
devenido en “formas” de entender la cultura. La más visible funcionó bajo el
argumento del impacto de las infraestructuras (edificios y festejos), ante el
cual no hubo una respuesta capaz de organizar alternativas sólidas, aunque sí
valiosos experimentos de resistencia. El siguiente argumento, más reciente en
el tiempo, vino legitimado a través del paradigma de la “autoorganización” de
los y las productoras de la cultura como empresarios o empresarias. De fondo a
este sistema la idea de las industrias creativas, que sirvieron como modelo a
una nueva economía en la que el talento, la creatividad y la iniciativa fueron
conceptos clave para el discurso que se transmitió sobre el trabajo. El
emprendedor se convertía así en un empresario de sí mismo, los artistas en freelance y la mediación encontraba
nuevos espacios para crecer. A veces todo se fundía y confundía.
Pero
las formas de vida y de trabajo artístico no son tan controlables como lo son
otras formas de producción. Entre sus características está el asincronismo con
la norma social y económica, la fermentación de su potencia y su disolución en
el sistema al que pertenece para crear nuevos y traviesos virus.
La
etapa de recortes que está por llegar puede suponer la superación de ciertas
vacunas administradas al tejido creativo de nuestro panorama cultural durante
los últimos años; puede ser el momento de incubar nuevas instituciones de lo
común. Ya no hay optimismo capitalizable.
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