Una política cultural a la que se oye crujir.

Desajuste y desbordamiento
Publicado en Mugalari, Gara 30/10/09

Cada vez más, abordar lo concerniente a eso que denominamos política cultural supone acometer la tarea de situarnos con respecto a la institución y de definirnos en cuanto partícipes de un momento y un lugar concreto de su conformación. Cada vez más, nuestras acciones son políticas y culturales.

En efecto resulta difícil tomar la distancia adecuada para observar el sistema de relaciones que conforma el hecho cultural actual y adoptar una posición firme en el complejo panorama que nos proporciona a la vista de las continuas contradicciones que nos crea.
Como proceso que nos integra en su mecánica resulta complicado tener una visión global del sentido y el significado de estas “políticas”, ya que nos sentimos citados como parte activa en muy diferentes frentes de su ordenación.
Como fenómeno resulta imposible someter las “políticas culturales” a una mirada capaz de aislarlas de nuestra vida política y de nuestra actividad social y laboral. Como hábitat resulta hostil e irrespirable, no hay aclimatación posible porque su atmosfera es tremendamente inestable y está sometida a cambios bruscos e inopinados. Como ámbito de lucha es resbaladizo y tramposo. Como terreno de experimentación resulta ser muy atractivo desde presupuestos teóricos, pero áspero e inaccesible cuando se trata de prácticas que pretenden una incidencia real o cuando se trata de iniciativas empeñadas en una transformación desde el exterior de su núcleo duro, en una transformación que venga enunciada desde posiciones descentradas y divergentes.

Así, atravesados no sólo por contradicciones sino también por paradojas, desacuerdos y confusiones constantes, tendemos a vigilar nuestra posición individual sin caer en la cuenta de que en muchas ocasiones esta circunstancia acaba por dibujarnos un avatar en el que no encontramos reflejo. Agotados en la búsqueda de un espacio propio en el que poder crecer y vivir, se acaba decidiendo por nosotros y se nos asigna un rol en el que deja de operar poco a poco nuestra voluntad, convirtiéndonos en un simple dato o llevándonos como títeres de un extremo a otro del arco ideológico - cultural a poco que nos inhibamos de la necesidad de dotar de coordenadas políticas a nuestra actividad creativa.

Pero donde hemos de situar el verdadero enfoque crítico de todas estas cuestiones es en el desfase que se crea entre la referencia que para la institución siguen suponiendo las “industrias culturales” y el cambio de paradigma que opera en todos los ámbitos de lo social y lo laboral. Si como señalan recientemente muchos autores la etapa final del neoliberalismo cobra forma en el terreno de la cultura y si como se advierte, el individuo tiende a considerarse él mismo como un fragmento del capital, habrá que asumir que desde el campo de la producción cultural actual se hace urgente una reorganización crítica del trabajo; habrá que asumir que es preciso encarar las nuevas formas de precarización y explotación que se dan al amparo de estas políticas y, por tanto, que es precisamente ahora cuando se abre una nueva etapa en la que es preciso construir nuevas instituciones de lo común.

Desde esta perspectiva, la maquinaria de la política cultural sobre la que se ha venido edificando la situación que ahora tenemos, engrasada con criterios de rentabilidad, análisis de situación competitiva y planificaciones estratégicas partidistas, ha demostrado la pérdida de conexión con ese nuevo panorama, con esa nueva dimensión social de la producción cultural. Los excesos en infraestructuras y en la festivalización de la cultura son sólo la parte visible de lo que han sido estos últimos años. Más difíciles de ver son las dinámicas incorporadas por la institución y por el poder político a través de sus administraciones (locales, estatales…) durante todo este tiempo, como es la traslación de la precariedad laboral al terreno de la cultura mientras por otro lado se ha fantaseado con las llamadas “clases creativas” y se han fomentado la figura excepcional del artista como creador o creadora de innovaciones en la producción, de conceptos de autoría y de formas de vida.

Crujidos.
Así las cosas, el ecosistema cultural se asfixia en los pliegues de este desarreglo, se interrumpen procesos de trabajo necesitados de tiempo para su definición y de espacios para su confrontación. Es en estas rugosidades donde quedan atrapadas las iniciativas independientes y en donde se oye el crujido de unas políticas culturales cuyo rumbo se descubre ahora como errático.
El desajuste generado ha atravesado nuestra propia condición de productores culturales afectando irremisiblemente a nuestra vida, a nuestro contexto y a nuestras relaciones. Al observar en vivo y en directo la normalización del desbarajuste de la instituciones locales para con su entorno artístico y cultural inmediato, como es la pérdida de sintonía con los agentes que trabajan a partir del material que les proporciona su tiempo para dar cuenta del arte de aquí y ahora, vemos esfumarse esperanzas y proyectos de futuro. Los recientes casos de Rekalde y Arteleku pasan por ser síntomas muy claros de la descomposición de un proyecto cultural aliado con la partidocracia y con ese poder económico que nos muestra cada vez más claramente su verdadero rostro.
También y desde otra situación, el Proyecto Amarika, en Gasteiz, necesita entender su propio significado al levantar la vista por encima de los (muchos) problemas cotidianos que plantea. Se trata de los problemas que comporta un experimento colectivo, participativo e independiente cuando percute de manera real en la política cultural local y cuando se enfrenta a esa dimensión social y laboral de que hablábamos, más allá de lo que es mera programación de contenidos o puro ejercicio de presión. Salvado el primer paso de su puesta en marcha y aún con la fragilidad de una coyuntura muy concreta de inestabilidad política (que tiende a ser constante), es el momento de abordar una tarea de mayor calado, que pasa por la consolidación de su basamento social, por la resistencia a las emanaciones burocratizadoras que surgen de su propia evolución y por su presencia en diferentes ámbitos de lo social.
Se trata en definitiva de intentar salvar los desajustes que produce a diario esta situación de desequilibrio y de cortocircuito, porque afrontar estos desafíos es la verdadera razón política de una iniciativa como la de Amarika.

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