Publicado en Mugalari, Gara 27/03/09
La prueba de que siempre hay nuevas formas de adecuación entre la expresión colectiva y la condición crítica la encontramos en la multiplicidad de movilizaciones ciudadanas que surgen como un síntoma, más que como un medio o un fin. Si como ya hemos comentado esta expresión colectiva cobra fuerza en el anonimato, el cortocircuito producido (esa resistencia a dejarse situar en los distintos mapas del orden social, como el mapa político o el de las problemáticas locales), provocará la ignición simultánea en distintos pisos de la gran torre del control. Pero si por un lado esta fuerza actúa como un modo certero de intervención en lo social y en lo cultural, abriendo nuevas posibilidades creativas, por otro lado su fuerza es inmediatamente vampirizada por el espectáculo hiper-elaborado de la publicidad.
Se emiten desde hace tiempo algunos anuncios televisivos en los que la multitud es protagonista. Se trata de cuerpos anónimos, cosificados, que componen formas y que edifican presas o levantan grandes molinos eólicos. Cuerpos sobre cuerpos que erigen imponentes estructuras y que si antaño servían como ejemplo de disciplina ideológica ahora “construyen empresa” y crean riqueza. Masa a la que nunca podremos entresacar un rostro o un gesto reconocible pero que quiere representarnos, hacernos partícipes, copropietarios, cómplices…
Ante estas dos acepciones visuales (y algo más) de lo anónimo, aquella que es capaz de subvertir la presión identificadora que invade todos los órdenes de la vida cotidiana y ésta, que nos cosifica burdamente como si fuéramos compinches de determinadas corporaciones, conviene al menos una toma de posición. No se es de una masa u otra; uno no se disuelve más a gusto en una fórmula de anonimato o en otra, sino que el anonimato, en su expresión colectiva, plantea una serie de interrogantes y de paradojas en las que de modo más vívido encontramos hoy un enunciado político de la cultura y de la creatividad, que nos sitúa ante un nuevo escenario de producción.
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