La sagrada familia, del Greco, camino del exilio. |
Dicen que hay dos
grandes grupos de artistas: los que trabajan sobre la vida y los que trabajan
sobre el arte. No cabe duda que la sentencia lleva incorporado un mecanismo de
autodestrucción, se trata de una frase kamikaze que sirve para comenzar una
conversación o un texto, pero que sucumbe inmediatamente ante la complejidad
específica del arte. Dicen que Goya y Van Gogh, por ejemplo, trabajaban más
sobre la vida que Mondrian o Duchamp, que lo hacían más sobre el arte, pero
todos sabemos que las cosas se mezclan, que el método más rígido puede obedecer
al dictado de una sensibilidad desbocada y que la pulsión creativa puede tener
la rigurosidad de una investigación pseudocientífica. No hay dos grupos de
artistas, pero nos viene bien estas categorías para buscar clasificaciones, rangos,
desviaciones, excepciones y mezcolanzas, y así, vamos conociendo cómo la
personalidad de los artistas se vincula a su producción de las maneras más
insospechadas. No hay dos grupos de artistas, hay artistas, obras y vías de
trabajo. Pero sobre todo existe la necesidad de encontrar herramientas para
entender lo que supone la práctica artística actual.
Supongamos que encontramos en la figura de
Gustavo Adolfo Almarcha (Miranda de Ebro, 1953), esa categoría vinculada a los artistas que trabajan sobre la vida. No
estaríamos desencaminados. La exposición que presenta este autor en el Centro
Cultural Montehermoso de Gasteiz hasta el 1 de marzo titulada “Hard”, muestra la
tensión expresionista propia de una pintura íntimamente ligada a la experiencia
personal. Gritos, tristezas, furias, vísceras, mutilaciones, pero
sobre todo seres humanos que habitan en la perplejidad ante la existencia. El
inicio de la muestra lo marca un retrato realizado por Alejandro Almarcha, padre
del autor, en el que presenta a su hijo, todavía niño, posando con un par de
marionetas en las manos. Pero Iñaki Larrimbe, comisario de la exposición, rompe
pronto todo orden cronológico y establece un hilo conductor basado en la
característica ardiente e impulsiva de la obra.
Supongamos que encontramos en el trabajo de Fermín
Jiménez Landa (Iruñea, 1979), una
característica radicalmente contemporánea, hábil en la vinculación que
establece entre lo vital y el dispositivo artístico, en la manera de mostrar,
de modular y de hacer pensar. Diestro con las herramientas propias del arte
actual, Jiménez Landa expone en Artium de Gasteiz (hasta
mayo), “Turno de noche”, una serie de proyectos que le permite contemplar “el mundo desde un punto de vista
equidistante entre lo absurdo y lo sensato, lo familiar y lo iconoclasta, lo
empírico y lo inverificable”. Cuestiones como el sentido del humor, el
interés por aquellos procesos de final dudoso, el ensayo imposible, lo inmaterial,
son tratadas por el autor a través de un trabajo que habla, además, de arte.
No se trata aquí de contraponer obras y autores, ni
siquiera de analizar cuotas o porcentajes de una y otra categoría en cada una
de sus propuestas. Se trata precisamente de utilizar la sentencia con la que
comenzábamos esta Panoramika para verificar cómo se desbarata según
corre el texto, porque en ambos trabajos se habla de vida y en ambas
exposiciones se habla de arte. Admitamos pues que las categorías en el arte son
eficaces cuando, llevadas al extremo, se convierten en pre-textos.
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