Publicado en Kultura, Gara 25/01/12
Complejidad: Txapela cesta punta y reciclaje informático |
Producir una obra de arte no es producir su efecto.
Esta resulta ser una de las trampas más habituales de las nuevas estrategias
creativas, aquellas que queriendo suplantar los procesos propios de la práctica
artística, prefieren ir de la mano de la publicidad para conquistar así las
voluntades y los afectos.
En su libro “El espectador emancipado”, Jacques
Rancière nos habla de que esa emancipación del espectador es, de hecho, la
afirmación de su capacidad para ver lo que ve y para saber qué pensar y qué
hacer de ello. Para Rancière ya no hay ninguna razón para ver al espectador
como una víctima “sometida a descargas de
estímulos como animales de laboratorio” porque lo que ese discurso expresa
en primer lugar es un juicio sobre la ignorancia y la estupidez de las masas y
traduce en realidad el temor a que las masas se vuelvan demasiado inteligentes.
Desde la perspectiva pedagógica de las artes
visuales esta cuestión es clave. No se trata tanto de formar profesionales con
determinadas habilidades como de hacer entender el sentido y el poder de las
imágenes. Producir una imagen es también pensar en sus interlocutores, confiar en
su capacidad para percibir la complejidad y en su libertad para construir una visión
propia. Si la emancipación del espectador pasa por escapar de una mirada programada,
la labor del creador o creadora de esas imágenes supone una responsabilidad
complicada y apasionante. La educación artística se antoja hoy como un espacio
de elaboración de actitudes críticas, de producción de sentido y de
intensificación de la vida tanto en el saber-contemplar como en el
saber-actuar.
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