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Publicado en Kultura, Gara 30/11/11
En la nueva jerga técnica la creatividad y la excelencia son como muletas sobre adoquines. La creatividad no es el arte, es incluso algo muy diferente. Considerar esta diferencia es una de las encrucijadas del arte actual.
La creatividad
aplicada con fines retorcidos puede ser devastadora. La excelencia no puede
proyectarse ni obedece a indicadores; se descubre y se advierte en los resultados
de las buenas prácticas. Es ahí donde debe señalarse y fortalecerse. Cuando se
habla de excelencia en el discurso de las políticas educativas hay algo que
cruje en las aulas y retumba en las plazas. La educación no solo ha de
adaptarse a los cambios sociales sino impulsarlos y orientarlos. Solo en la
medida que estos cambios construyan sociedad podremos hablar de una verdadera
educación, más allá de su homologación en los términos económicos en los que se
analiza. La excelencia en el arte y en la educación artística no es el éxito ni
la creación de riqueza sino la creación de patrimonio material e inmaterial; es
la producción de pensamiento crítico y de acción unidos en una sola voz nueva e
ilocalizable. Una voz que llega a cada cuerpo y que se contagia al cuerpo
social sin que haya posibilidad alguna de vacunación.
El emprendizaje, como la
excelencia, se ha convertido en un término blando y oficial. Emprendedores son
los migrantes, los que buscan trabajo y los que intentan sobrevivir día a día. Ser
empresario de uno mismo no es ser emprendedor, es convertirse en predador y en
presa, tal como mandan los cánones, que ahora son los mercados. Excelencia, creatividad,
emprendizaje, pertenecen a ese zumbido de los mercados que además nos solicitan
“confianza”.
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