Publicado en Mugalari, Gara 18/12/09
El vaciado de todo contenido como “aportación” ha venido señalizando momentos que el territorio del arte se ha empeñado en guardar para sí.
La película sin imágenes, el silencio como experimento desde la música y desde el discurso; la acción que intenta negarse y la negación de toda teoría como teoría (al margen de la misma). Maniobras más acá del cuadro blanco y del cuadro negro; operaciones más allá del cubo blanco y del cubo negro, así como fuera de los espacios codificados del arte. Extracciones, expropiaciones, evacuaciones, inauguraciones de nada, nada como cualidad y nada como condición.
Y sin embargo, el hecho de que todas estas intenciones vengan formuladas desde el mundo de la creación suele acabar convirtiendo en paradoja la intención de partida. Se busca el abismo de la nada y se nos devuelve un eco, una resonancia, un espejismo. El vaciado de todo contenido queda inevitablemente sometido a la forma, al sentido, al significado. El hueco abierto se llena de lo que para algunos es artisticidad y para otros recelo cuando no ofensa (y aquí el lugar para una polémica repleta de ruido y confusión).
Ese momento que muestra al artista ante la imposibilidad de aislar un propósito radical es el que marca los límites de su práctica, el que le responsabiliza ante su tiempo. Ese momento de colapso es el que neutraliza su trabajo y puede acabar transformándolo en mera tecnicidad, pero es también el que lo puede impulsar hacia el intento de “agujerear la realidad” (S. López Petit).
La idea más consecuente al tratar aquí este tema, hubiera sido dejar esta columna vacía, sin palabras, pero inmediatamente se hubiera visto como una forma (una columna blanca), luego como una “intervención”, para finalmente ser sometida a las correspondientes y diversas críticas. Pero, ¿hubiera sido admitido este intento como conato de “agujero”? Estoy ya pensando en “Nada (y 2)”.
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