Publicado en Mugalari, Gara 25/09/09
En “El poder de las imágenes”, David Freedberg analiza las respuestas que desde distintos ámbitos y distintas épocas se han dado a las imágenes como producto cultural y como elemento de lo cotidiano. Sin desdeñar la importancia del contexto y apartándose a la vez del enfoque, no siempre enfocado, que desde la historia del arte se ha dado al tratamiento de las mismas, el autor somete a fricción cuestiones como lo cognoscitivo y lo emotivo en la experiencia misma de las imágenes. Al ver en nuestro interior el reflejo de algunas fotografías se desatan emociones piadosas, reprimidas, represoras, que viajan en la excitación que provoca la mirada y que dificultan y condicionan esa recepción. Pero todos estos complejos procesos de relación entre las imágenes y los seres humanos llegan a situaciones muy delicadas, por su capacidad de incidir en las relaciones sociales, cuando son “malabarizados” desde el poder. Porque el poder es cada vez más “el poder sobre las imágenes”.
En el fondo destrozar la imagen, hacerla invisible, es creérsela. Si la imagen está demasiado viva para un colectivo concreto y en unas condiciones contextuales o sociopolíticas concretas, entonces la imagen es más de lo que parece y hay que poner freno a esa amenaza. La censura se transforma fácilmente en iconoclasia.
En esta paradoja en la que se mueve la iconoclasia: “destrozar la imagen es creérsela”, es donde descubrimos nuestra fragilidad como sociedad y como individuos frente al poder con el que se gestiona el poder de las imágenes. No se trata tanto de percibir y denunciar la torpeza de prohibir fotos de personas en el espacio público, como son las fotos de los presos en las txoznas, si no de pensar, también, en todo aquello que no podemos ver y que no veremos nunca; en esa oscuridad insondable que, al igual que el destello mediático, es un producto de nuestro tiempo y que invariablemente tiende a modificar nuestras propias vidas.
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