Conexión...

Publicado en Mugalari, Gara 24/04/09

Una de las razones más socorridas para criticar programaciones, equipamientos y proyectos culturales suele ser el de “la falta de conexión con la ciudad”. Se esgrime tanto por los sectores culturales desde “la dolencia del tejido”, como por la clase política, que se arroga la voz y el desencanto del sentir ciudadano en lo cultural. Ambas partes utilizan la misma fórmula, la de una necesaria conexión del arte con lo social, componiendo así un ovillo difícil de desarmar porque sitúa el debate fuera de sus verdaderos motivos, que suelen ser de otro calibre. Y aunque estas dos visiones no comparten sus fundamentos suelen acabar colaborando. El debate en la política cultural no puede seguir cayendo en la trampa de la política de partidos, y sin embargo, alcanza con el tiempo un papel cada vez más visible; es a la vez escaparatismo y escapismo.

Lamentablemente el populismo y la ramplonería prenden con rapidez en el terreno de la cultura, de modo que se da un paso al frente y dos atrás cada cierto tiempo. La censura y el rumor siguen marcando todavía los tiempos de este espacio que se pretendía de libertad.
El problema sigue estando, por un lado, en la carencia de estructuras independientes que permitan mirar siempre de frente, y no solo en caso de emergencia, a la incapacidad política para construir cultura pública. Y por otro lado en la incapacidad política para crear fórmulas que trasciendan los tiempos y los espacios institucionales y en las que puedan surgir estructuras independientes y perspectivas críticas.
Así, la ruleta de los desafectos impide asentar una escena local realmente productiva, y en vez de prestar atención a las circunstancias en las que el arte, su producción y su difusión se integran hoy en el ámbito general de la cultura, hay que seguir explicando la necesidad de cambiar de registro y de reinventar constantemente y desde todas las partes esas conexiones con lo público, con los públicos y con la ciudad.

1 comentario:

Unknown dijo...

La columna hace referencia a los casos de Montehermoso y de la Sala Rekalde, en los que se hacen patentes por distintas causas (y desde diferentes partidos) la visión reaccionaria que modela las políticas culturales en las se cuece el arte que intenta ser de nuestra época.