Miquel Barceló en la cúspide.


En las últimas semanas la noticia de la inauguración de la obra que para la sala XX del Palacio de la ONU en Ginebra ha realizado el mallorquín Miquel Barceló ha sido motivo de gran despliegue mediático no exento de polémica. El abordaje de la noticia proporciona tantos flancos de análisis que resulta ser un buen ejemplo para observar el modo en que el arte se celebra como espectáculo.

Fotografía de la sala de Derechos Humanos de la ONU, con la cúpula de Barceló- AFP. Fuente: El Pais digital
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La portada de El País semanal del 2 de Noviembre con la imagen de Barceló (Felanitx, 1957) trabajando en el encargo que le ha sido solicitado para el edificio de la ONU, en Ginebra, nos ofrecía ya un auténtico ejemplo de la complejidad del aparato mediático que rodea a una operación de estas características. En la imagen, con la apariencia de un cartel de película de ciencia-ficción, se mostraba al artista enfundado en una escafandra a modo de astronauta y manejando un extraño artefacto similar a un arma de gran calibre que no era otra cosa que un eyector de pintura grumosa. La fotografía, en la que el autor dispara cañonazos de su arte en un escenario de colores encendidos nos acerca a la acción creativa del artista y a su inspirado trabajo mediante una imagen vistosa y radicalmente innovadora; toda una actualización tecnológica del genio-pintor que conecta a la perfección con las fórmulas estéticas de la palpitante cultura visual actual.

“Miquel Barceló, una odisea en la ONU” es el título que completa esta imagen de Agustí Torres, autor del reportaje gráfico en el que se describen algunos de los avatares de este trabajo que ha tenido como destino un gran espacio de la sede de la ONU, rebautizado como “Sala de los derechos Humanos y de la Alianza de Civilizaciones”. En dicho reportaje se hace referencia a la evolución del proyecto y a los distintos artilugios que se han fabricado especialmente para su complicada realización. Materiales específicos para la creación de relieves y “estalactitas”, así como maquinaria especial para su tratamiento, pigmentos exclusivos, etc, lo que añade un plus de I + D hispano a la propuesta, seguida siempre muy de cerca, según el propio autor, por el cuerpo diplomático y por el propio Presidente Español, “que ha tenido mucha paciencia, ya que estuve a punto de tirar la toalla varias veces”. El aparato mediático venía también aderezado por un reportaje (todo un trailer) en la televisión española, así como otras muchas noticias y presentaciones que han ido ensombreciendo el colorido de la obra al conocerse su coste y el modo en que ha sido financiado. Y es que ésta es de largo la colaboración artística más importante realizada jamás por un Estado miembro de las Naciones Unidas. Lo cierto es que la obra sale cara: 18,5 millones de euros, más un 10% de desviación presupuestaria “autorizada”.

Pero la polémica que ha envuelto a este asunto tiene que ver con la utilización de una partida de 500.000 euros de los Fondos de Ayuda al Desarrollo (FAD), lo que se justificó como “la contribución de esta obra de arte a la promoción de los derechos humanos y el multilateralismo”, mientras que otros han visto en esta financiación una usurpación de las partidas destinadas, por ejemplo, a vacunaciones en el tercer mundo, etc.
Polémicas aparte, lo que de verdad tiene miga en todo este asunto es la decisión con que el Gobierno Español ha apoyado la iniciativa. El ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, se refirió a ella como «la Capilla Sixtina del siglo XXI». Concluyendo asimismo que «La sociedad española debe estar orgullosa de contribuir a un mundo mejor con una obra como ésta»; «No voy a contestar sobre el coste porque el arte no tiene precio. Es de necios confundir valor y precio». Y efectivamente el ministro español lleva razón; todas estas discusiones que confunden valor y precio ya no tienen sentido y sólo sirven a los muchos polemistas que se mueven en el debate artístico, más volcados en la detección y señalización de espacios de poder que en la observación crítica de las políticas culturales. Porque lo que viene a constatar tanto el encargo, el tipo de obra así como su presentación mundial en horario de máxima audiencia es la consecución de un modelo que ya inaugurara en el Partido Socialista al llegar al poder en el año 82 y cuya coda podemos observar ahora precisamente allí donde el símbolo de las Naciones Unidas acaba en posmoderna cúpula; no se podía llegar al cielo de manera más directa… Miquel Barceló fue el autor que a mediados de los 80 representó la nueva imagen de España en la escena artística internacional.

Ungido por el poder para ser representante de una nueva generación de creadores “jóvenes y rebeldes”, y con el aval del mismo mercado en el que se apostó la política cultural estatal, el artista toca ahora el cielo de las Naciones Unidas en el preciso momento en que el G-20 permite a Zapatero jugar con los chicos mayores del patio en el casino financiero global. Todo encaja a la perfección, tal es el espacio actual de las relaciones del arte con la política y tal es el resultado estético de la operación: una gruta pintada por un astronauta con vivos colores, algo misterioso, algo primigenio, todo neutro…
Jorge Luis Marzo señalaba bien esta dimensión del poder a través de la políticas culturales en su texto “El ¿triunfo? de la ¿nueva? pintura española de los 80” (Toma de Partido. Desplazamientos, QUAM, Barcelona, 1995, pp. 126-16; accesible en www.soymenos.net), cuando señalaba:

…una práctica artística voluntariamente sometida a las directrices del mercado y acrítica estéticamente. Esto es, una práctica del arte emblemática de la tradicional lectura del artista nacional español: dramático, explosivo, vitalista, individualista, cuya “rebeldía” pulsional es matemáticamente categorizada como acto político, sin necesidad de apelar más allá; un arte exportable debido a los similares procesos estéticos y comerciales que se daban en contextos extranjeros; un arte de respuestas y no de preguntas, ya no sujeto a coordenadas o presiones generales de sistema sino a voluntades estrictamente personales, por lo tanto un arte manipulable por la misma cultura oficial”.

La perspectiva del tiempo nos permite ahora cerrar este atinado análisis de lo que significó la pintura de los años 80 con este caso tan sabroso en el que se mezcla la imagen de ciencia ficción, la ficción de las políticas culturales, la cultura mediática y el lugar simbólico del arte en todo este entramado, cuyo objetivo final es simplemente servir de decoración allí donde se hable de los Derechos Humanos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...para mi q eso no es una cúpula...
juraría q es una bóveda....